Es necesario un
estimulante en una forma de vida acelerada.
Me acuerdo en este
momento de una escena campesina donde dos vecinos se cruzan en el camino y se
detienen largamente a conversar. Hablan, naturalmente, de las situaciones de la
vida de cada cual. A veces se toman de las manos y se las aprietan dando
énfasis a la conversación.
Me parece una escena
natural. Alguien puede preguntarme a qué tipo de naturaleza corresponde la
escena. Se me hace como en del campo.
También recuerdo
relatos semejantes sobre el encuentro de dos habitantes en el desierto.
Pero es evidente que no
vivimos, ni de lejos, en un modelo parecido, sino exactamente lo contrario.
Por las razones que
fueran estamos dentro de una vida que se parece a una coctelera. Creo que la
mayoría de los lectores estarán de acuerdo en eso.
Proponemos el concepto
de que la cocaína cumple la función de ayudar al ser humano estresado, a llevar
su día a día. Es un síntoma, como lo es el licor para el alcohólico que,
carente del valor suficiente para enfrentar las cosas de la vida, lo encuentra
en la botella.
También a la cocaína se
le puede adjudicar, como al alcohol, venir a suplir una falta de valor. Definitivamente,
no es fácil tener el valor que exige la vida actual.
Pero en todo caso es
una droga que lleva al pensamiento a una velocidad muy alta, haciéndolo
funcionar como un motor recalentado. Podemos verlo en el aspecto avejentado que
tiene el adicto a la coca, cuando va sumando años. Una persona de poco más de
treinta años, parecer de cincuenta. Eso siempre me ha impresionado y me ha
producido interrogantes.
A lo que voy en el
fondo es a que, en una estructura social acelerada, le hace falta la cocaína
para poder estar a la altura de esa excitación. Esa es la causa psicológica por
la que es difícil superar la adicción.
Para abandonar el uso
masivo de la cocaína, hay que cambiar el modelo económico y cultural, el
sistema de vida.
La cocaína se ha
convertido en parte del sistema.
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