El objeto del
deseo es una necesidad del sujeto por lo que éste lo construye para ser sujeto.
En esa necesidad
radica la fuerza de la atracción del objeto sobre el sujeto, y no en su
“atractivo” ni en sus características.
En las modas
actuales sobre vestiduras excéntricas, por ejemplo en los góticos, o en los
tatuajes o en los piercings, podemos ver que los que participan en esos
rituales se sienten atraídos por ellos mientras los de gustos clásicos sienten
rechazo por las formas de esos objetos.
Otro
ejemplo más lejano es el del pié de la japonesa aristocrática de la cultura
Samurai, limitado en su crecimiento natural para evitar que vaya más allá de la
medida marcada por el buen gusto y que a la mirada de un occidental resulta deforme.
La neurosis es
una posición de sometimiento a esta atracción hasta el punto de construir una
ideología del objeto adecuado. Lo que el neurótico siente adecuado lo convierte
en una ideología, una suerte de naturalismo del objeto, como quien dice que las
cosas son como son porque eso es evidente, vale decir una idea del objeto
adecuado basada en el sentimiento.
La perversión
por el contrario es el rechazo a la atracción y a toda ideología del objeto.
En su pasión por
la fijeza del objeto el neurótico vive las vicisitudes emocionales entre
idealización y desvalorización propias de su construcción del objeto, como un
destino vital.
El perverso en
cambio sabe de la ley del deseo y convierte este saber en su objeto.
No goza de la
atracción constituyente del objeto convencional de las costumbres culturales
sino que es atraído por el ejercicio de rechazo a esa ley y paradójicamente este
rechazo se convierte en su objeto.
No se
independiza del objeto - que sigue siendo para él una necesidad como sujeto
existente - sino que agrega un bucle en el deseo por el objeto cultural del que
se independiza para recaer en su atracción en una segunda vuelta.
Cuando
se le propone un sistema de valores lo rechaza y este rechazo de la propuesta es
su propio objeto.
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