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sábado, 2 de mayo de 2009

Reflexiones acerca de “El mito de Sísifo” de Albert Camus

¿Es necesaria la discreción cuando se habla de las grandes verdades?

Esta es una pregunta que, según como se responda, rompe o nos induce al uso del razonamiento como una defensa.

Con grandes verdades nos referimos a lo que los filósofos llaman el fundamento: En una situación existen prioridades, y el fundamento es la prioridad básica. Es la función del axioma en el razonamiento.

En las clases de lógica escuché que un axioma era una idea o concepto que es necesario aceptar para desarrollar una teoría. Es una necesidad teórica, decía Oscar Masotta en sus clases. Esto me sorprendió (¡todavía me sorprende!) porque socavaba mi noción de que la ciencia era un conocimiento absoluto.

¿Cómo podía tener axiomas; ideas básicas que no estaban probadas y eran comodines usados para que no se cayera el argumento? ¿No significaba esto que todo el argumento resultaba falso? ¿O había algo que se me escapaba?

Empecé a pensar que lo que se me podía estar escapando era que la ciencia no era un conocimiento absoluto, sino construido en una relación entre la teoría y la práctica. Después descubriría que esto es lo que se llama praxis.

Me ayudaría la lectura de Bachelard en su trabajo El espíritu científico, psicoanálisis del conocimiento objetivo, en que plantea la ciencia como un camino de errores rectificados, una investigación. Y al espíritu científico como el deseo de la construcción permanente del conocimiento, o como ya es posible decir, la construcción permanente del error.

Todo ello significa que la ciencia reconoce que no hay todo, sino constructo: trabajo de construcción.

Dice Camus que los dioses condenaron a Sísifo al infierno de levantar para siempre una roca que se volvería a caer después de levantarla, porque se le juzgó culpable de haber hablado con ligereza de los dioses, al revelar sus secretos.

Esto de revelar los secretos de los dioses, ¿De qué va? ¿Por qué es materia tan sensible que no ha de ser revelada?

Creemos que estos secretos de los dioses, son los fundamentos, los axiomas del conocimiento. Los comodines que han sido elegidos – diseñados como se diría hoy – para hacer coherente la teoría que descifra el sentido de las cosas.

- A la pregunta sobre la verdad objetiva: ¿Quién dice lo que es?
- Puede responderse: Los dioses.
Nosotros diríamos que, en todo caso, hay un decir sobre las cosas. Y en esa dimensión, la verdad es lo que se dice de ellas, la corriente de opinión. En la ciencia, la concepción del conocimiento.

Aceptando lo anterior, en que los dioses se vuelven una cuestión a dirimir entre los hombres, revelar sus secretos, los axiomas, es una cuestión sobre la que es necesario ser discreto.

Si el conocimiento sobre las cosas está en permanente construcción, es necesario tener cuidado con rebatirlo con ligereza, porque se atentaría contra las certezas que los humanitos (que nos creemos mucho y somos poquito) necesitamos para vivir.

Sin olvidar que el que devela las verdades de los dioses también depende de estas certezas. Ya que nadie, tampoco Sísifo, escapa a esta necesidad.

Por esto, por la piel de los otros y por la propia piel, es necesario ser discreto. Por lo que nos parece razonable la tesis de Camus sobre que el motivo de la condena de Sísifo fue la ligereza que cometió con los secretos de los dioses. Una gran inteligencia en la expresión requiere de una gran discreción.

Me acuerdo de la frase de algún místico europeo, quizás Eckhart, que dejó dicho que Las grandes verdades deben ser sepultadas debajo de una montaña de piedras a la espera de los picos y palas de los elegidos. En esta dirección me parece acertada.

Sísifo prefirió dotar de agua a los ciudadanos que dar su alabanza a los dioses.
Como pago al jefe de gobierno de la ciudad, por la información sobre el rapto de su hija Egina a manos de Júpiter, le pidió que creara un acueducto. Por ello fue condenado.

Dice Camus que su condena consiste en tener conciencia de que su destino no tiene salida. Y que al tener conciencia de esto, al no hacerse falsas esperanzas, se libera. Al mirar con desprecio su situación, se pone fuera del alcance de los dioses, y es dichoso.
Cada vez que baja de la montaña para volver a subir la piedra, es feliz.
Expulsa de este mundo a los dioses que habían entrado con la insatisfacción de los hombres y su afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano que debe ser arreglado entre los hombres.

Este universo sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral lleno de oscuridad, forma por sí sólo un mundo, dice Camus, hay que imaginarse a Sísifo dichoso.

Es curioso y hasta chocante que la tortura del personaje, una de las torturas míticas que más nos impresionan, pueda ser vista como una fuente de dicha.

Nos hace preguntarnos desde qué idea del sujeto nos habla Camus para llegar a esta conclusión.
La primera idea que nos viene a la mente está dentro de la concepción que tiene el psicoanálisis del sujeto, la del inconsciente, la de la teoría del significante de Lacan, que considera que el motor esencial del hombre es inconsciente, el que Freud nos enseña como un mundo de combinación, un juego de abalorios, una creación de colores, previo y determinante de todo universo de sentido.

Cuando Camus nos habla de conciencia de esta situación, de una conciencia feliz y liberadora, entendemos que se refiere al conocimiento de este fundamento psíquico que, al liberarse de los dioses se libera de la representación del sentido.

Por eso su Sísifo pasa de la más agobiante de las torturas, a la liberación de la condena al sentido. En esta maniobra incluye a todo destino humanito.


Luis Schnitman

Madrid. 2.5.2009

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