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domingo, 13 de abril de 2008

RELATIVISMO



El 3 de abril del presente 2008 en Granada, Umberto Eco le dijo al periodista de El Mundo, de lo mal que se usa la acusación de “relativista” aplicada a la izquierda. Dice que se usa como el equivalente de “fascista” para la derecha. “Si quieres insultar a alguien de izquierdas di que es un relativista”.
Entiendo que denuncia la falta de rigor con que se utilizan ambos términos como si no tuvieran límites.
Creo que está de moda usar la palabra relativismo como sinónimo de nihilismo, vale decir de no creer en nada.
Creo que se dice este tipo de cosa desde la perspectiva de la filosofía de los valores, que considera que la realidad humana está basada exclusivamente en las valoraciones éticas de las situaciones de la vida, lo que peca de generalización, ya que se pueden concebir estas situaciones desde otros ángulos, como el funcionalista, el estético, el económico, el cósmico, etc.
El nihilismo es, como decimos, no creer en nada desde el punto de vista de los valores de las cosas, creer que no hay valor alguno defendible, que todo da igual, lo cual es el equivalente al mal para esa concepción filosófica.
Hay algo muy interesante en lo que se refiere a los límites de las distintas concepciones. Por ejemplo, en la teoría simbólica del psicoanálisis – “todo el pensamiento se constituye con la materia de los símbolos” – a la que Lacan llama teoría del significante, que es una concepción profundamente mecanicista en que toda la esencia del alma humana se remite a funciones psíquicas; a pesar de este profundo mecanicismo, no puede prescindirse de los límites de la realidad material, ya se consideren en el sentido de los valores o de otras particularidades. En un momento dado, el sujeto simbólico elije un anclaje en la realidad.
Por lo tanto es problemático validar un relativismo como “mal” absoluto, como nihilismo.
Se puede basar el alma en los puros símbolos, pero por más que se extreme ese concepto, no puede evitarse la elección de aspectos de la realidad que tocan a lo imaginario, al sentido.
Hasta el Buda en el nirvana – al menos según la forma en que lo describe Gore Vidal en su novela “Creación” – no parece poder evitarlo, y en las conversaciones con su amigo noble se matan de la risa.
Es una risa parecida a la de los jóvenes consumidores de cannabis en sus primeras experiencias, donde ven que la realidad habitual no existe en cuanto a que no es soportada en el sentido las cosas, como siempre lo habían creído, y al verlo les hace efecto de chiste, porque por un lado desaparece la realidad y por el otro recaen de inmediato en el sentido de la misma.
Me acuerdo de una notable experiencia personal. Hace un tiempo me hallaba solo en una noche de hotel durante un viaje, y fui afectado por una gastroenteritis con violentos vómitos. Yo nunca he superado un cierto miedo infantil a vomitar, que me hace temer morir en ese momento. Y en esta situación como imaginará el lector no las tenía todas conmigo.
Pasé varias horas nocturnas sometido a esta situación atroz. Los reflejos del vómito me llevaban al terror a la muerte cada vez que se presentaban. Hasta aquí es fácil de comprender, es el miedo que todos los humanos conocemos cuando estamos en nuestro sano juicio.
Lo que me pareció extraño en grado sumo y es el motivo de este relato que espero excuse el lector lo que de otro modo sería de dudoso gusto de mi parte, es que cuando se pasaba el período atroz del reflejo gastro esofágico, el que se repetía una y otra vez con un intervalo de 15 o 20 minutos, se borraba totalmente el recuerdo del terror.
Vale decir que mi sentimiento de acercarme a la muerte aparecía cada veinte minutos con la aparición de la crisis y desaparecía absolutamente en el espacio de descanso.
Entiéndaseme, no olvidaba el recuerdo intelectual del miedo que acababa de padecer, del mismo modo en que lo recuerdo en este momento al relatarlo, pero lo que desaparecía por completo era la sensación de verdad de este horror. Hasta tal punto desaparecía que si no fuera porque mi memoria lo sabía, no hubiera creído en absoluto haberlo sentido.
Esto me hizo pensar mucho en lo que se llama el mecanismo de la negación. Mientras pasaba por semejante infierno, me daba cuenta con toda claridad cómo pasaba de esta conciencia del terror a la anulación de su verosimilitud.
Vale decir que en los minutos de terror no había nada más lejano a mi percepción que la posibilidad de dudar de tal sentimiento; mientras que, al dejarme descansar el reflejo, caía bruscamente tal percepción.

Me dije a mí mismo, experto teórico en el mecanismo de la negación: este es el poder real de este mecanismo.

Al evocarlo hoy, habiendo pasado varios años de la experiencia que relato, sigo asombrándome de la capacidad de este mecanismo – una capacidad que se me antoja adjetivar de absoluta – para borrar la más intensa de las creencias posibles.
Es algo que escapa a mi razón intelectual, pero que no puedo negar en el recuerdo de lo vivido.
De este modo, la risa del Buda y su noble amigo en el relato de Gore Vidal, al igual que la risa de las experiencias primeras de la marihuana, como mi propia experiencia con el temor a morir muestran, demuestran quizás, o sugieren al menos de un modo fuerte cómo más allá de las concepciones simbolistas que nos alejan de la vivencia ideológica de la percepción, a la que la educación y la adaptación a la realidad nos acostumbran, no puede el pensamiento desprenderse del retorno al sentido.
Por ello, el límite del relativismo, que suele usarse actualmente como si fuera posible una posición mental o ideológica absoluta y nihilista, no es posible de ser evitado. El humanito no puede prescindir del sentido, lo trabaje más cerca de la noción de verdad absoluta o de verdad relativa.
Por lo tanto, toda posición extrema en este sentido estaría cayendo en el error.


Luis Schnitman
Madrid, 12/04/2008



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