EL NO PUEDE RESISTIRSE A JUGAR CON ELLA
PORQUE ELLA NO PUEDE RESISTIRSE A JUGAR CON SU TONTO.
En el curioso fenómeno de la atracción entre los sexos, se pone en juego la naturaleza psíquica del objeto del deseo. Se trata de la naturaleza psíquica y no material del objeto: el objeto es objeto de deseo, vale decir, hecho de deseo.
El deseo conforma al objeto que desea, como una suerte de escultura de cosas que se van ensamblando, hasta dar una figura que coincide con la alucinación del objeto. Alucinación en el sentido que nos muestra la alucinación del sueño. Freud nos señala que el contenido del sueño es una alucinación, dado que para el soñante, lo que sueña es real. Y nos dice que, en este caso, la alucinación no implica ninguna patología. Por este camino seguimos nuestra reflexión del objeto como escultura de deseo.
Así, el objeto, en el sentido de una realidad material, no existe; es una entidad mental construida con aspectos de la realidad material, que hacen significancia (ocupan un lugar) para la tendencia deseante: son visualizables como reales por el sujeto; tienen carácter onírico. Una tarea que se nos muestra similar al muñeco del Dr. Frankestein, monstruoso y sin embargo demasiado humanito.
Lo que queda de todo ello, desde el punto de vista del psicoanálisis, es que el objeto del deseo, en forma estricta, es el desear.
Así las cosas, la mujer ocupa el lugar del objeto del deseo, que no existe. Y el hombre ha de desearla. Curiosa situación, la que está en la base de la atracción entre los sexos.
Este objeto del deseo – ridículo desde un punto de vista de la realidad material - al hombre, le es irresistible; ya que, si él pudiera prescindir de desearlo, su propia estructura psíquica dejaría de ser funcional, se desmembraría, como ocurre tal vez en la esquizofrenia.
Ella, al mismo tiempo, no puede resistirse a lo que es su propio objeto del deseo, que es el hombre deseante.
Cuando el hombre la desea como objeto, ella lo tiene, por decirlo así, a su merced; puede jugar con él en el sentido de que, al posicionarse como objeto del deseo de él, el hombre, inevitablemente, la desea. Subrayamos aquí el carácter inevitable del desear del hombre sobre la mujer. Y con ello “juega” la mujer.
En este sentido, en esta rueda de símbolos, el deseo masculino, es la base de la constitución de la mujer, por el carácter inevitable de ese deseo. Con ello puede contar la mujer, y en ello se basa el sostenimiento de su posición femenina.
Y esto, para evitar confusiones con un discurso de predominancia de ninguna posición sobre la otra, es mutuo. Por lo cual sostenemos que las posiciones son interdependientes.
Ella se fascina ante el deseo sobre sí misma y no puede resistirse a eso.
“Eso”, la irremisible atracción que él siente hacia ella. Tanto más inevitable, precisamente, en tanto y en cuanto, en el sentido de la realidad material, esta construcción es alucinatoria. Eso, efectivamente lo garantiza.
Por ello llamamos “el tonto”, a la posición masculina del hombre deseante. Este “tonto” es, por lo tanto, condición y eslabón de funcionamiento de la realidad psíquica, por lo que a este tonto lo reivindicamos.
Como decían los sabios orientales de la tradición sufí, que se llamaban a sí mismos “los idiotas”, usando una alusión de humor, para lo que de su pensamiento no terminaban de comprender los esencialistas del objeto, los necios.
Luis Schnitman
Madrid 04/05/2008
PORQUE ELLA NO PUEDE RESISTIRSE A JUGAR CON SU TONTO.
En el curioso fenómeno de la atracción entre los sexos, se pone en juego la naturaleza psíquica del objeto del deseo. Se trata de la naturaleza psíquica y no material del objeto: el objeto es objeto de deseo, vale decir, hecho de deseo.
El deseo conforma al objeto que desea, como una suerte de escultura de cosas que se van ensamblando, hasta dar una figura que coincide con la alucinación del objeto. Alucinación en el sentido que nos muestra la alucinación del sueño. Freud nos señala que el contenido del sueño es una alucinación, dado que para el soñante, lo que sueña es real. Y nos dice que, en este caso, la alucinación no implica ninguna patología. Por este camino seguimos nuestra reflexión del objeto como escultura de deseo.
Así, el objeto, en el sentido de una realidad material, no existe; es una entidad mental construida con aspectos de la realidad material, que hacen significancia (ocupan un lugar) para la tendencia deseante: son visualizables como reales por el sujeto; tienen carácter onírico. Una tarea que se nos muestra similar al muñeco del Dr. Frankestein, monstruoso y sin embargo demasiado humanito.
Lo que queda de todo ello, desde el punto de vista del psicoanálisis, es que el objeto del deseo, en forma estricta, es el desear.
Así las cosas, la mujer ocupa el lugar del objeto del deseo, que no existe. Y el hombre ha de desearla. Curiosa situación, la que está en la base de la atracción entre los sexos.
Este objeto del deseo – ridículo desde un punto de vista de la realidad material - al hombre, le es irresistible; ya que, si él pudiera prescindir de desearlo, su propia estructura psíquica dejaría de ser funcional, se desmembraría, como ocurre tal vez en la esquizofrenia.
Ella, al mismo tiempo, no puede resistirse a lo que es su propio objeto del deseo, que es el hombre deseante.
Cuando el hombre la desea como objeto, ella lo tiene, por decirlo así, a su merced; puede jugar con él en el sentido de que, al posicionarse como objeto del deseo de él, el hombre, inevitablemente, la desea. Subrayamos aquí el carácter inevitable del desear del hombre sobre la mujer. Y con ello “juega” la mujer.
En este sentido, en esta rueda de símbolos, el deseo masculino, es la base de la constitución de la mujer, por el carácter inevitable de ese deseo. Con ello puede contar la mujer, y en ello se basa el sostenimiento de su posición femenina.
Y esto, para evitar confusiones con un discurso de predominancia de ninguna posición sobre la otra, es mutuo. Por lo cual sostenemos que las posiciones son interdependientes.
Ella se fascina ante el deseo sobre sí misma y no puede resistirse a eso.
“Eso”, la irremisible atracción que él siente hacia ella. Tanto más inevitable, precisamente, en tanto y en cuanto, en el sentido de la realidad material, esta construcción es alucinatoria. Eso, efectivamente lo garantiza.
Por ello llamamos “el tonto”, a la posición masculina del hombre deseante. Este “tonto” es, por lo tanto, condición y eslabón de funcionamiento de la realidad psíquica, por lo que a este tonto lo reivindicamos.
Como decían los sabios orientales de la tradición sufí, que se llamaban a sí mismos “los idiotas”, usando una alusión de humor, para lo que de su pensamiento no terminaban de comprender los esencialistas del objeto, los necios.
Luis Schnitman
Madrid 04/05/2008
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