Es cierto que la a es la primera letra del alfabeto, que la realidad no es de cualquier forma, pero también es cierto que las verdades que tomamos como absolutas suelen estar condicionadas por sentimientos personales, por las formas de pensar, por las tendencias de nuestra personalidad, generadas a través de nuestra experiencia de vida.
También es cierto que la idea que tenemos de la realidad, lo que llamamos la verdad subjetiva, es ineludible, no podemos evitar que nos parezca verdadera, que se nos imponga como verdad. ¿De qué otra verdad, de qué otro criterio de vamos a dejarnos guiar, vamos a tomar como correcto, sino de aquel que creemos ver como verdad? Puede que nos equivoquemos y después, si es así tendremos que rectificar, pero en el momento en que creernos estar en lo cierto no tenemos otra salida que seguir nuestra idea.
Entre estos dos extremos de la verdad que corresponde a la realidad - la verdad objetiva y nuestra interpretación de la realidad - hay un ejercicio de la reflexión que es el pensamiento crítico.
Este pensamiento crítico es el que se observa cuando alguien dice, al verse confrontado por un argumento que está en desacuerdo con el suyo: lo respeto aunque no lo comparto.
Esta persona tiene un pensamiento crítico, porque es capaz de pensar que puede haber una forma de pensar diferente a la suya.
El que no tiene esta capacidad crítica ¿qué haría frente al que argumenta en contra de su razón? – Le diría a su interlocutor que sencillamente se equivoca.
En otro orden de consideraciones, desde el punto de vista del psicoanálisis, lo que mueve el pensamiento es lo que Freud llamó el deseo inconsciente. A este principio motor y generador del psiquismo freudiano, Lacan lo tomó para explicar que el pensamiento es un eterno buscador de verdades.
Justamente como el principio rector es el deseo, y para desear es necesario que haya algo que no se haya hallado – si no se cerraría el circuito del desear – el pensamiento funciona como un eterno buscador de verdad.
Como en el cuento oriental del buscador de la verdad que llega por fin a la presencia del maestro mayor, en una alta montaña en que el hombre santo medita; cuando le pregunta ¿Qué es la verdad? El maestro le contesta que la verdad es que todo fluye. Se hace un prolongado silencio que es interrumpido por un sobresalto del maestro que a su vez le pregunta: ¿Qué pasa? ¿No fluye?
Este chiste en serio expresa la verdad desde el punto de vista del psicoanálisis. Que fluye y que al mismo tiempo inevitablemente se ata a cada subjetividad producida en el sujeto en cada momento de su fluir.
Y con las verdades establecidas ¿Qué pasa? Porque es cierto que hay algunas verdades establecidas, como las que expresábamos al decir que la a es la primera letra el alfabeto, como ejemplo de lo indudable.
Estas verdades se van estableciendo, se van constituyendo como las constituciones políticas de las naciones, mediante la historia de la interlocución.
Podríamos decir que el ser humano es un ser de la interlocución. Según se van diciendo las cosas en las interlocuciones con otros seres humanos, se va constituyendo un régimen de verdades que van quedando establecidas. Relativas de todos modos a que otras interlocuciones eventualmente las puedan ir modificando, aunque su ratio de estabilidad es máximo en el sistema.
Tendríamos que cambiar todo el alfabeto para que la a no fuera su primera letra. Es posible, pero tendríamos seguramente otro idioma y muchas cosas habrían tenido que cambiar en el camino. Varias vidas, varios amores, varias guerras, por ejemplo. Algunos siglos quizás.
El hecho de que nuestra naturaleza esté sometida a esta necesidad deseante eterna, genera un estado perpetuo de incomodidad, de duda, de incertidumbre, del que no podemos escapar. Eso no significa que no lo intentemos, es más, nos pasamos la vida intentándolo.
Por eso, ante la posibilidad de creer o sentir que hay una idea absoluta, vale decir absolutamente segura, creer en ella será una de las mayores tentaciones que podrá sentir el hombre.
Como dice Estanislao Zuleta, ante la promesa de cualquier idea absoluta, multitudes de seres humanos estarán dispuestos a dar su sangre por defenderla.
Luis Schnitman
Madrid. 2.09.2009
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