
Fragmento extraído de Entre la letra y la sangre. Ernesto Sábato. Seix Barral.
“El arte no progresa por el mismo motivo por el que no progresan los sueños: ¿acaso las pesadillas de nuestra época son mejores que las de la época del bíblico José? La matemática de Einstein es superior a la de Arquímedes, pero el Ulises de Joyce no es “superior” al de Homero. [...]. Un artista logra cada vez lo que podríamos llamar un absoluto, o un fragmento de Absoluto con mayúscula. Así sea una estatua de la época de Ramsés II, una de esas enigmáticas y formidables estatuas hieráticas, o una estatua de la época del naturalismo griego o una estatua de Donatello. La arrogancia europea y “progresista” llegó a pensar que los egipcios esculpían de esa manera por una suerte de incapacidad para representar el mundo exterior, la naturaleza o el cuerpo tal como son. Se equivocaban, como lo prueban las estatuillas encontradas en sus tumbas, estatuillas de esclavos o artesanos que estaban esculpidas con el más riguroso y exacto naturalismo. No, por Dios: esculpían sus faraones muertos o sus dioses de esa forma geométrica y abstracta porque para ellos la verdadera realidad no era la de ese universo fluyente, la de estos ríos y caballos que corren, y de estos cuerpos nuestros que envejecen y mueren, sino de la realidad de ultratumba. Esa realidad es inmóvil. ¿Y qué es lo que en nuestro mundo más se parece a esa inmóvil realidad eterna? La geometría. Su arte, pues, obedecía, conciente o inconscientemente, a su metafísica, a su sentido de la existencia, de la verdad y de lo ilusorio: esta vida era ilusoria, la muerte y su eternidad eran lo verdadero".
A mi modesto entender, lo que subyace de igual modo en los sueños y el arte – siguiendo el parangón que entre ambos establece Sábato - desde el punto de vista del psicoanálisis, es la relación entre símbolos que producen sentido pero que están en un momento lógico anterior al sentido, lo que solemos explicar en estos blogs como el mecanismo del significante, ligado al aspecto sonoro de las palabras, como lo sospecharon o descubrieron los poetas simbolistas que solían descubrir en eso un cierto embrujo. Si nuestra identidad está determinada por una combinación de sonidos, ajena al sentido de nuestro yo ¿Qué somos? Para afrontar este interrogante, Freud estudiará los sueños
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