TEMBLOR DE LA MUJER.
ANOREXIA.
ESTATUA DE SAL DE LOS DESEOS.
El templo ha sido saqueado. Ella es el templo y alguien ha robado los emblemas sagrados del altar.
Mirando al vacío de nada, vuelto carne mortal, su dios, aquel al que ella representa, multiplicado en cada uno de los cuerpos de las mujeres del mundo, está plena de serenidad y de calma.
Antes que la mujer diosa, nadie ha sentido esta naturaleza de lo completo y lo estable. Ahora ha sido saqueada.
Ella afrontará con su calma sobrehumana esta afrenta; llegará hasta las últimas consecuencias en mantener su esencia, su posición. Morirá, si es necesario, para sobrevivir.
¿Qué lleva a la diosa a la alucinación? ¿Qué le da esta presencia incorruptible, esta divina cabezonería? Nadie entiende. ¿Qué la lleva a ver lo invisible, a imaginar lo inimaginable, a apostar con serenidad a lo imposible, a arrostrar la destrucción más allá de los más arraigados afectos?
En el comienzo de los tiempos, cuando el hombre asomó su cuerpo al filo de una colina y vio la muerte, su cuerpo se dividió en hombre y mujer; se halló sumido en la oscuridad esencial que lo acompañaría de allí en adelante, manifestada en indefinible inquietud.
Algo me falta, le dirá a ella el diablillo de su sentir. Y a continuación de este pensamiento, su cuerpo entero se cubrirá de colores y como las martingalas tradicionales de la fiesta popular, recorrerá los barrios con su baile, en un movimiento adornado de goces y armonías, movimiento sin límites, que le hará ser fuente de todas las cosas.
Sin embargo, llevada por el aire negro del temor, dejará de bailar y se quedará alejada de su propia naturaleza, en el sentimiento de inquietud. El diablillo de su sentir le dice: algo te falta.
De allí en más, no pudiendo bailar, viendo sus miembros paralizados, se juramenta con la oscuridad: romperé este enigma de la nada; ya no dejaré de tener, sino que tendré siempre, para ser reconocida como la reina de la canción, para que el mundo esté otra vez a mis pies.
De este modo, la fuerza quieta del pensamiento ocupará el lugar de la danza de los cuerpos.
Diosa caída de la humildad del movimiento hacia la soberbia de la parálisis, estatua de sal de los deseos.
Ella se vio atrapada en el sentimiento de la falta – algo te falta, le había dicho el diablillo de su sentir. Identificada con este sentimiento, se produjo una inversión de este sentir, y ahora se siente completa y algo más específico todavía: sobrada.
A partir de este momento, la oscuridad ha ganado un paso sobre el ser de la diosa del movimiento.
El camino, desde entonces, será inverso: me quitaré lo que me sobra.
Allí, alguien, alguno que pasaba por ahí, dejó caer ante sus ojos la posibilidad de disminuir el volumen del cuerpo y el método para lograrlo; y la pequeña diosa sobrante se identifica e inicia el camino de la anorexia como una búsqueda de los orígenes.
Quiere volver a ser lo que primero sintió, aquella a la que por el sentimiento de que algo falta, danza ante los ojos del mundo. Y desde entonces, la percepción invertida del volumen de su cuerpo verá un de más, donde hay un sentir de menos. Actuará en consecuencia, pudiendo llegar hasta donde fuese necesario.
Lo que la puede sacar de este camino mortal hacia la omnipotencia, es el hallazgo de la fórmula inicial que se ha perdido:
“Algo falta” y bailo, diosa de los tiempos.
ANOREXIA.
ESTATUA DE SAL DE LOS DESEOS.
El templo ha sido saqueado. Ella es el templo y alguien ha robado los emblemas sagrados del altar.
Mirando al vacío de nada, vuelto carne mortal, su dios, aquel al que ella representa, multiplicado en cada uno de los cuerpos de las mujeres del mundo, está plena de serenidad y de calma.
Antes que la mujer diosa, nadie ha sentido esta naturaleza de lo completo y lo estable. Ahora ha sido saqueada.
Ella afrontará con su calma sobrehumana esta afrenta; llegará hasta las últimas consecuencias en mantener su esencia, su posición. Morirá, si es necesario, para sobrevivir.
¿Qué lleva a la diosa a la alucinación? ¿Qué le da esta presencia incorruptible, esta divina cabezonería? Nadie entiende. ¿Qué la lleva a ver lo invisible, a imaginar lo inimaginable, a apostar con serenidad a lo imposible, a arrostrar la destrucción más allá de los más arraigados afectos?
En el comienzo de los tiempos, cuando el hombre asomó su cuerpo al filo de una colina y vio la muerte, su cuerpo se dividió en hombre y mujer; se halló sumido en la oscuridad esencial que lo acompañaría de allí en adelante, manifestada en indefinible inquietud.
Algo me falta, le dirá a ella el diablillo de su sentir. Y a continuación de este pensamiento, su cuerpo entero se cubrirá de colores y como las martingalas tradicionales de la fiesta popular, recorrerá los barrios con su baile, en un movimiento adornado de goces y armonías, movimiento sin límites, que le hará ser fuente de todas las cosas.
Sin embargo, llevada por el aire negro del temor, dejará de bailar y se quedará alejada de su propia naturaleza, en el sentimiento de inquietud. El diablillo de su sentir le dice: algo te falta.
De allí en más, no pudiendo bailar, viendo sus miembros paralizados, se juramenta con la oscuridad: romperé este enigma de la nada; ya no dejaré de tener, sino que tendré siempre, para ser reconocida como la reina de la canción, para que el mundo esté otra vez a mis pies.
De este modo, la fuerza quieta del pensamiento ocupará el lugar de la danza de los cuerpos.
Diosa caída de la humildad del movimiento hacia la soberbia de la parálisis, estatua de sal de los deseos.
Ella se vio atrapada en el sentimiento de la falta – algo te falta, le había dicho el diablillo de su sentir. Identificada con este sentimiento, se produjo una inversión de este sentir, y ahora se siente completa y algo más específico todavía: sobrada.
A partir de este momento, la oscuridad ha ganado un paso sobre el ser de la diosa del movimiento.
El camino, desde entonces, será inverso: me quitaré lo que me sobra.
Allí, alguien, alguno que pasaba por ahí, dejó caer ante sus ojos la posibilidad de disminuir el volumen del cuerpo y el método para lograrlo; y la pequeña diosa sobrante se identifica e inicia el camino de la anorexia como una búsqueda de los orígenes.
Quiere volver a ser lo que primero sintió, aquella a la que por el sentimiento de que algo falta, danza ante los ojos del mundo. Y desde entonces, la percepción invertida del volumen de su cuerpo verá un de más, donde hay un sentir de menos. Actuará en consecuencia, pudiendo llegar hasta donde fuese necesario.
Lo que la puede sacar de este camino mortal hacia la omnipotencia, es el hallazgo de la fórmula inicial que se ha perdido:
“Algo falta” y bailo, diosa de los tiempos.
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