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domingo, 11 de mayo de 2008

TEMBLOR DEL HOMBRE, TEMBLOR DE LA MUJER


Ella no desea lo que desea.
Es la paradoja de la mujer. Ella no puede creer que se ofrezca. Cuando desea, se ofrece; desea ser alcanzada, “poseída”; y como al desear, deja de ser “imposible”, inevitablemente descree de lo que desea, y no desea lo que desea.
En el momento de descreer de su deseo de ofrenda, deja de desear. En esta paradoja está la pasión de su posición femenina: cubrir su deseo con el descreimiento sobre su deseo.

El no teme lo que teme.
Es la paradoja que hace que el hombre sea hombre. El hombre teme, para desear. Y desea. El no puede creer que ella lo desee. Su descreimiento recae sobre el deseo de ella.

La mujer no puede “estar regalada”, en oferta. El hombre no puede dejar de estarlo.
Ambas posiciones son incómodas, difíciles de sostener. Por ello, normalmente, la prosecución de la especie, la estabilidad de las relaciones; se lleva a cabo por las consideraciones de la necesidad – léase economía – y del cariño; dos poderosas herramientas indispensables para la vida y que todos necesitamos: economía, afecto, estabilidad por lo tanto, de los mismos.
Surge así el problema de que en este esquema, el amor deseo no tiene mayor lugar, porque este solamente puede estar garantizado por su propia presencia paradojal e imposible.
Imposible en el sentido que se trata de un equilibrio altamente inestable, vale decir de una situación disgresiva, que no cuenta con las condiciones que faciliten su continuidad temporal, sino todo lo contrario.
No se rige por la lógica bipolar, verdadero / falso, de Aristóteles, que cuadra bien en los procesos de estabilidad, sino por la lógica de la paradoja, donde el único sostén es el trabajo, el procesamiento permanente. Por eso se dice, con razón, que el amor es hacer pequeñas cosas juntos.
Por eso, en lugar de amar símbolos ligados al envase corporal, he decidido lo indecidible, que es escribirlos. También hay un cuerpo que recibe mis letras.
Gracias amor, por escuchar mis letras; lector, te nombro en su lugar, en el lugar de ella.
Alguien que, más allá de la necesidad, reclama una posición para ser, sin terminar de decantarse nunca por el ser, por la estaticidad inútil para el amor deseo.

Luis Schnitman

Madrid, 11 05 2008

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