Ha llegado a mi consulta una señora de 44 años, con una historia de depresión crónica, de la que ha sufrido tres crisis a lo largo de su vida, dos relacionadas a pérdidas de familiares cercanos. Ahora está amenazada por una tercera también desencadenada por nuevas situaciones de pérdida.
Ha sido tratada con medicación y seguimiento psiquiátrico durante veinte años, que le han permitido hacer una vida bastante normal pero no han curado su enfermedad. Busca otro psiquiatra porque el profesional que la trató está enfermo.Me aclara que no quiere tratarse con psicoanálisis, a lo que accedo con mi comprensión de que ella ha llevado a cabo tratamiento medicamentoso durante toda su vida y que es lo que demanda como paciente.
Sin embargo, en la segunda entrevista me hace la pregunta siguiente:“¿Por qué tengo depresión?
Le digo que esa es una pregunta importante, pero que averiguarlo es como hacer un psicoanálisis.
Menciono este caso porque representa el drama de concepciones que tiene la gente, sobre los tratamientos de salud mental.
Me pregunta también si a su edad se puede cambiar.
Le respondo que sí, aunque uno se acomoda a la vida que ha venido haciendo. Que de todos modos se puede cambiar si realmente lo desea, que no se trata de otra cosa que un trabajo.
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